el cine entre la curiosidad mórbida y el romanticismo
Publicado: 14 / 04 /2022
Crease o no, como afirmaba la recordada tira de Ripley, casi desde el mismo hundimiento del Titanic, el cine se ha dedicado a recrearlo, con documentales, ficciones algunas de ellas insólitas, también con “inspiradas en” y hasta dibujos animados -estos últimos sin duda alguna olvidables-.
Al cumplirse 110 años de aquel tremendo choque de la mítica nave con un iceberg que la llevó al fondo del Atlántico Norte junto a alrededor de 1.500 muertos entre tripulantes y pasajeros, es una buena oportunidad para repasar cómo aquella tragedia se llevó a la pantalla.
Por más que se le quiera dar explicaciones lógicas a esta sobredosis de “cine catástrofe”, la única que puede ser válida a la hora de recordar una vez más el hundimiento del Titanic y sus víctimas -quizá la mayoría de ellas por la cantidad insuficiente de botes salvavidas en un hecho que comenzó al filo de la medianoche del 14 de abril de 1912– es la frecuentemente definida como “curiosidad mórbida”, con una pizca de romanticismo.
Para explicar qué significa esta definición basta con referirnos a la curiosidad que tiene la gente cuando se reúne y hace círculo alrededor de un accidente callejero incluso complicando el accionar de quienes deben asistir a las víctimas. O a esa necesidad de conocer los pormenores del padecimiento de un actor famoso al filo de “irse de gira”. O el trato sensacionalista que la prensa “amarilla” da a la información, con títulos catástrofe.
El hundimiento del Titanic no es ajeno a esa curiosidad desde aquel del principio de la segunda década del siglo 20 y que aún hoy sigue -cada vez más diluido-, atrayendo la atención de los medios y de su representación en el cine. Con ficciones o con documentales, algunos de ellos hiper taquilleros como la película que dirigió James Cameron en 1997, y que sigue ocupando un lugar clave en materia de recaudación: más de 2.202 millones de dólares, a pesar de ser un filme de tres horas y cuarto.
El éxito no se circunscribió solo a la película porque de inmediato la banda de sonido se mantuvo durante 9 semanas al frente de los rankings, superando a un lanzamiento de Madonna -su álbum “Material Girl”-, un libro del detrás de cámaras del rodaje y otros cinco ad hoc con distintos temas.
Un año más tarde. “Titanic” se alzó nada menos que con 11 premios Oscar (algo que en Hollywood solo lograron “Ben Hur” y “El Señor de los Anillos”) con una inversión de poco más de 200 millones de dólares.
Hechos catastróficos como terremotos, bebés que caen en profundos pozos, mineros atrapados cientos de metros bajo tierra o catástrofes aéreas siempre despiertan esa morbosidad en el público, que suele difuminarse (o mejor dicho justificarse) eclipsando aquella verdad definiendola como “una gran preocupación”. Mostrar cadáveres en pandemia o los de la guerra en vivo y en directo es parte de esta necesidad y peor aún, es explotada por muchos comunicadores con fines comerciales.
El cine mundial tomó aquel hecho paradigmático en medio del mar, nunca antes visto en un transatlántico de semejante envergadura como una excusa para alimentar esa curiosidad mórbida, a veces con una dosis de romanticismo, a cambio del módico precio de una entrada. En verdad no es solamente el cine el que recurre a hechos como esos para hacer negocio, pero sí probablemente el más inocente de todos frente a una prensa mundial cada día más invadida por intereses de todo tipo.
Con la tragedia todavía fresca
La excusa del RMS Titanic comienza muy cerca de aquella noche de 1912 en el primaveral pero gélido Mar del Norte, cerca de la isla de Terranova, con “Saved From The Titanic”, de Étienne Arnaud, una película muda de 1912 en la que Dorothy Gibson, sobreviviente real, se interpreta a sí misma. Con imágenes reales de los supervivientes del RMS Carpathia llegando a Nueva más otras del viaje inaugural del RMS Olympic (gemelo del Titanic, botado en 1910).
Tras el paréntesis de que significó el ascenso del nazismo en Europa, y ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, el cine alemán propuso su propia versión, “La tragedia del Titanic” (“Titanic”), estrenada en 1943, dirigida por Herbert Selpin que puso como centro de la historia la desesperación de la empresa que respaldó el transatlántico por lograr salir de la quiebra provocada por tan grande inversión, atravesando el océano en tiempo récord, sin importar el riesgo de miles de vidas.
Pero la historia no termina allí: un oficial alemán advierte el peligro, pero es ignorado. Durante el hundimiento, los pasajeros alemanes demuestran mayor valentía y en el final serán ellos los que revelarán lo ocurrido en un juicio. Pero Goebbels impidió su proyección, temiendo que el relato sería asociado a la inminente caída del régimen. Selpin, el director, terminó siendo encarcelado durante el régimen nazi por sus disidencias políticas y poco tiempo después apareció “suicidado” en su celda.
Una década más tarde Hollywood sacó partido de la catástrofe a lo grande con “El hundimiento del Titanic” (1953), de Jean Negulesco, que toma a la nave como escenografía de un culebrón encabezado por Barbara Stanwyck. Ella huye con sus hijos de la vida disipada de su esposo adinerado sin imaginar que aquel hombre viajará con ellos con la intención de resolver la crisis familiar, sin imaginar que otra catástrofe está por ponerlos a prueba, y en serio.
Cinco años más tarde, nuevamente el cine estadounidense timoneaba la nave en “La última noche del Titanic” (1958), del ignoto Rod Ward Baker, con Kenneth Moore, Honor Blackman, un muy joven David McCallum (el Illya Kuryakin de “El agente de C.I.P.O.L.), Ronald Allen y Michael Goodliffe. Desde la perspectiva del segundo oficial, la trama expone la insuficiencia de botes salvavidas, que adapta el libro “Una noche para recordar”, de Walter Lord.
Agotado el tema de los naufragios multitudinarios, catástrofes navieras y las historias de encuentros y desencuentros sobre la cubierta del Titanic, habrían de transcurrir década y media, para que Hollywood volviera esta vez con algo más de sofisticación técnica, pese a que todavía no existía ni la animación CGI ni muchos otras cuestiones de FX que el tiempo pondría a disposición de los cineastas. En “La aventura del Poseidón” (1972), la gigantesca escenografía del salón de fiestas da un giro de 180 grados.
En la película de Ronald Neame, la nave del título, en la noche de Año Nuevo, pega -tsunami mediante- una sorpresiva vuelta de campana que pone boca abajo a pasajeros y tripulantes partiendo la nave, cuando el público ya había sido puesto en autos de la personalidad de los mejores, los peores, los más románticos, y los menos dispuestos a ser solidarios en medio de semejante contingencia. A todo eso había que sumar el tema de Maureen McGovern, “The Morning After”, para lograr un hit.
Muchas escenas de “La aventura del Poseidón” se rodaron en el RMS Queen Mary (en este caso no era un viaje inaugural sino todo lo contrario, uno de despedida) con actores de la talla de Gene Hackman, Ernest Borgnine, Shelley Winters, Red Buttoms, Stella Steven, Leslie Nielsen y Roddy MacDowall. Todos guiados por el best seller que Paul Gallico publicó poco antes, que le redituaron dos Oscar, a Mejor Canción y a Mejores Efectos Especiales, más un éxito de taquilla en todo el mundo: 125 millones de dólares, del dólar de hace 49 años.
Seis años más tarde habría de llegar “Más allá del Poseidón” (1979), de Irwin Allen, ya conocido por series de televisión como “El túnel del tiempo” y “Perdidos en el espacio” entre muchas más, esta vez con Michael Caine, Sally Field, Telly Savalas y Karl Malden. Un grupo de buscadores de un carguero emprenden la aventura de encontrar dinero, joyas y oro de la nave naufragada y terminan descubriendo no solo restos de aquella sino también a sobrevivientes.
En 1980 se conoció “Rescaten al Titanic”, de Jay Jameson, un verdadero mamarracho con Jason Robards, según la novela de Clive Cussler. Un desastre en todo sentido: fracaso económico -costó 40 millones de dólares y recaudó solo 7- y la historia que toma una supuesta expedición estadounidense durante la Guerra Fría en busca de un valioso mineral que se creía podría estar depositado en sus bodegas y sirven para frenar misiles intercontinentales soviéticos.
Frente a semejante despropósito, era necesario reivindicar el tema del navío siniestrado pero esta vez con todos los chiches. James Cameron se tomó su tiempo y esperó pacientemente que la tecnología le permitiera los mejores efectos especiales. Fueron casi dos décadas y el resultado se tituló simplemente “Titanic” (1997), donde reunió todo lo que necesitaba para lograr un verdadero taquillazo: unos 200 millones de dólares invertidos que redituaron 2.190, es decir un 1000 por ciento.
Las tres horas y cuarto que dura el filme no impidieron que el público de todo el mundo colmara las salas durante meses. También fue un éxito de DVDs, se repitió hasta el cansancio por el cable -a veces en más de un canal al mismo tiempo- y todavía hoy sigue siendo muy vista en cada reposición por plataformas. Un suceso del cine estadounidense llevado a una altura nunca hasta alcanzada,
La trama relata la relación entre Jack Dawson, un artista que viaja en tercera clase, interpretado por Leonardo Di Caprio, y Rose DeWitt Bukater, una hermosa mujer de la clase alta de Pennsylvania encarnada por la maravillosa Kate Winslett: dos jóvenes que se conocen y enamoran a bordo del transatlántico. En una situación confusa, creerán que Jack pretende abusar de Rose y es detenido, la primera de una serie de idas y venidas que terminan cuando el barco choca el iceberg.
“Titanic” ganó 11 premios Oscar, pasando a formar parte de una trilogía compartida con “Ben-Hur” y “El Señor de los Anillos: El retorno del rey” y su tema musical central -“Mi corazón seguirá latiendo“, de James Horner y Will Jennings, interpretado por Celine Dion- sigue siendo un hit, inmortalizado como clásico ganador del Oscar y cuatro premios Grammy; para algunos -no es descabellado- se trata de uno de los mejores temas musicales de la historia del cine.
Un telefilm, “Britannic” (2000), de Bryan Trenchard-Smith, con Brett Thompson, toma la historia de otro barco de la misma empresa del Titanic y con igual destino, pero que solo llegó a ser usado con fines bélicos en la Primera Guerra Mundial y terminó hundido en 1916.
El documental “Misterios del Titanic” (2003), también de James Cameron, relata en una hora, la aventura del cineasta que, con la ayuda de barco ruso, sale en busca de los restos del transatlántico y del acorazado alemán Bismark.
En 2005 la televisión volvió a la carga con una nueva versión de “La aventura del Poseidón”, con un transatlántico all inclusive de muchas estrellas en el que viajan cuatro terroristas con dos explosivos. Finalmente en 2006 Wolfgang Petersen lanzó “Poseidón”, con Kurt Russell, Richard Dreyfuss y la argentina Mia Maestro, que toma casi al pie de la letra el argumento de la original de casi tres décadas atras, pero con mucho más realismo, gracias a los efectos especiales.
La lista de propuestas realcionadas con el tema Titanic incluye dos auténticos bochornos con formato de dibujos animados de origen italiano pero en coproducción con España y Estados Unidos: “The Legend of Titanic” (1999), de Orlando Corradi y Kim j. Ok, y “Titanic: The Legend Goes On” (2000), de Camilo Teti, en donde, como era de esperar, aparecen algunos animalitos antropomórficos que viajan en la nave, y entre los que hay romance según guiones en extremo antiguos y básicos.
El cine catástrofe se renueva periodicamente pero la reposición del DVD, el cable y ahora las plataformas frenan esa costumbre del cine comercial de volver una y otra vez sobre lo que alguna vez funcionó.
El hecho de que Cameron haya podido reunir todo aquello que era necesario para ubicar a su obra en la gran historia del cine con estas improntas, dificulta que a alguien se le ocurra querer ir un paso más allá; no obstante siempre existe la posibilidad de que alguien quiera darlo. Habrá que tener un bote y un salvavidas a mano, no sea cosa que el iceberg nos tome por sorpresa.